Para mí agosto es un gran mes porque cumplo años y eso le da un frenesí expectante a los primeros días, aunque siendo honesto, esta vez fue distinto. El recibo de la luz me obsequió mi última ofuscación (o más bien madrazo) con 27 años y no era para menos: ¡384.000 pesos! Un número que a cualquiera lo pegaría del techo mientras busca culpables entre Duque, Petro y Putin para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos.
Pero Colombia está lejos de ser el epicentro del problema, en todos los países hemos visto cómo se disparan los precios de la energía por el encarecimiento de la gasolina, el gas natural, el crudo y un montón de materias primas, lo que generará eventualmente que cada vez menos familias sean capaces de solventar las constantes subidas de precio y un costo de vida más elevado.
Pero por raro que suene, la guerra en Ucrania no parece ser el principal factor tras los escandalosos precios que no han parado de subir desde el confinamiento en 2020, incluso en febrero de este año, días antes de la invasión rusa, el barril ya superaba los $90 dólares, su precio más alto (hasta ese momento) desde 2014.
El efecto en el país viene acumulándose desde entonces. El déficit del FEPC superó los 14 billones de pesos y el PGN le asignó un 1,3% del PIB a este rubro en 2023 para hacerle frente a ese cráter financiero que agobia a las finanzas públicas, al tiempo que Minenergía aseguró que el país afrontará encarecimientos progresivos en el galón de combustible a lo largo del año, lo que para muchos analistas significa que a cierre de 2022 los colombianos podríamos pagar entre 500 y 700 pesos más por el galón de diesel y gasolina.
Pero entonces, si Vladimir no es el principal culpable, ¿quién es? Me temo, mi estimado lector, que el problema es un tanto más complejo. Verás, en 2014, justo cuando el crudo se encontraba en máximos históricos de entre 100 y 150 USD por barril y EEUU ingresaba dinero a cántaros gracias al Shale Oil (un tipo de petróleo más costoso de producir que se obtiene de prácticas como el fracking), la OPEP inició una guerra de precios muy agresiva que afectó notoriamente a la industria petrolera del Tío Sam, quebrando múltiples empresas al ubicar el precio de barril por debajo de los 50USD.
Con tal manipulación de precios, los inversores huyeron en manada del sector y el CAPEX (inversión en capital) global pasó de rozar los 700.000M de USD en 2014, a escasamente superar 300.000 en 2016, una realidad que todavía no revertimos dado que en 2021 las inversiones de capital del petróleo no llegaron ni a los 300.000 millones de hace seis años. Como si fuera poco en los últimos años han adquirido gran relevancia los Criterios ESG adoptados por diversos gobiernos en el mundo para promover la inversión sostenible, por supuesto excluyendo a los hidrocarburos, lo que explica por qué (por poner un ejemplo) el Fondo Soberano de Noruega ha dejado de invertir en 300 empresas pertenecientes a este entorno.
Los hidrocarburos se diferencian de cualquier otro sector económico por los altísimos niveles de inversión en capital que necesitan para operar. Cuando una empresa quiere explotar un yacimiento primero necesita operación logística para estudiar el terreno y encontrarlo, para después conseguir la infraestructura necesaria y extraer el oro negro. Todo esto demanda dinero que, de no ser conseguido, a la comañía extractora no le queda otra opción más que frenar la producción. Según Barclays Research, la estimación de CAPEX necesario para solventar la demanda actual de petróleo se encuentra en los 450.000M de USD, una cifra a la que no llegamos como especie desde 2019, justo antes de la pandemia, lo que significa que al sol de hoy no existe en el planeta capacidad productiva suficiente para una demanda que no para de crecer.
Cuando inició el confinamiento el petróleo se desplomó hasta números negativos, lo que generó que la OPEP frenara en seco su producción. Lo que no esperaban los árabes es que la recuperación económica post Covid fue mucho más rápida de lo esperado y los gobiernos de todo el mundo ejecutaron planes de gasto público y ayudas, lo que volvió a acrecentar la demanda hasta niveles pre-pandemia, mientras que la OPEP aún produce 2´500.000 barriles menos por día, en contraste con 2020.
Según Saudí Aramco (el Ecopetrol de Arabia Saudita), la demanda de crudo para 2030 será de 6 millones de barriles adicionales, lo que representa un gran problema dado que la OPEP tiene pocas opciones para incrementar su producción: Rusia debía aportar 170.000 barriles por sí misma y por la guerra parece muy poco viable y Arabia Saudita está aprovechando los altos precios del crudo para ejecutar un ambicioso plan de diversificación económica, por lo que ver un petróleo barato lo último que quiere.
Hay que tener muy en cuenta que el presidente Gustavo Petro, próximo a posicionarse, dará un lapso de poco más de una década para decretar el fin de la exploración petrolera en el país, así mismo ha asegurado en múltiples ocasiones que suspenderá los planes pilotos del fracking (es decir, nos despedimos del shale oil colombiano), por lo que tendremos que ver cómo reacciona el mercado después del 7 de agosto dado que solo el crudo representa el 23,2% de nuestras exportaciones por más de 7400 millones de USD.
Tremendo reto el que enfrentará Ocampo al asumir. Aunque ahora la pregunta es para ti, ¿podrá el nuevo ministro hacerle frente a la crisis petrolera o nos enfrentaremos a un futuro de escasez?