El caso de José Antonio Potes

José es un joven caleño que admiraba a Nayib Bukele. Fue cautivado por la audacia y efectividad de la propaganda del presidente salvadoreño. No es el único, la política basada en la severidad, delimitando un enemigo interno, siempre será atractiva. Me arriesgaría a decir que Bukele ha despertado un sentimiento dormido en América Latina basado en el autoritarismo. Lo anterior, se desarrolla de manera muy efectiva en sociedades donde la justicia está al borde del colapso, es lenta o incluso inoperante.

A inicios de este milenio, El Salvador era casi un Estado fallido como Colombia. El crimen estaba ad portas de tomarse el poder y todo el país. Por eso, cualquier persona que pudiera revertir eso se convertiría en una estrella nacional y mundial. Pero diferimos en las formas, Bukele ha centrado su narrativa en hacer ver, indebidamente, que los derechos se anteponen a la seguridad, que son variables e inversamente proporcionales porque si garantizas derechos no garantizas seguridad. Eso es una vil falacia con millones de adeptos.

 

Entre esos estaba José. Él, decidió irse de su natal Cali cautivado por el discurso de la severidad y seguridad que se aplicaba en El Salvador. A tal punto que consideró que este país era un buen lugar para iniciar un nuevo proyecto de vida alejado de la violencia de su ciudad. Empacó sus sueños en las maletas, se depidió de su familia y le dijo adiós a su tierra con la esperanza de que el futuro fuese más prominente. Al llegar su ilusión se destruyó por la arbitrariedad que gobierna ese país. José fue víctima de la “implacable” lucha contra las pandillas. Su futuro estaba en una de las cárceles del Salvador, donde solo basta que tengas unos tenis Nike, un escapulario o un tatuaje, como el que el tenía en el pecho, para que la oficina de inmigración del país considerara que él pertenecía a la MS 18 en su facción colombiana.

 

No fueron suficientes los argumentos, las llamadas ni los ruegos de aquel admirador de Nayib. Tal como muchos inocentes, solo bastó con que un funcionario lo señalara. Nada de pruebas, nada de inocencia y por supuesto nada de derechos. Los días iban pasando y las expectativas de que esta injusticia se revirtiera se esfumaban. Solamente hasta que el caso se hizo público, la Cancillería colombiana preguntó formalmente al gobierno Salvadoreño. La respuesta fue contundente, el 11 de enero se detuvieron dos colombianos por pertenecer a la MS 18 y estaban recluidos en una cárcel.

La mamá de José estaba desesperada. Les cortaron cualquier tipo de comuinicación. Ella, solo tuvo información de su detención. Lo demás era un total misterio. Pero ella si tenía algo muy claro, su hijo no pertenecía a ninguna pandilla y mucho menos era el jefe de una sección de ésta en Cali, Colombia. Tocó las puertas de muchos medios y contó su historia. La presión mediática se cortó por completo.

Pero algo inexplicable sucedió. José apareció en un video publicado por él mismo donde explicó que su detención se dió por algo totalmente ajeno a lo que se sospechaba. Contó que la autoridades lo detuvieron por no tener un permiso de trabajo. Así se acababa la aventura de José en El Salvador. Podía volver a Colombia. Ya una vez en la seguridad de su casa y su familia, reveló la verdad. Era totalmente falso que lo habían retenido por no tener permiso de trabajo. El mismo viceministro de seguridad lo buscó y lo obligó a contar una versión totalmente alejada de la realidad. Incluso le entregaron ropa limpia para engañar a la opinión pública.

Pero la verdad siempre fue la inicial, lo encerraron meses en una cárcel por el simple hecho de llevar un tatuaje y por el simple hecho de tener una marca de tenis, por llevar un escapulario. ¿Si ven cuál es la importancia del derecho al debido proceso?

Juan José Castro

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