La educación en el derecho:

Una de las principales causas de la casi absoluta desconexión del derecho y la sociedad es la manera en la que éste se enseña. Parece que esta ciencia social estuviera congelada en el tiempo en su enseñanza. Es cierto, hoy no vemos las clases llenas de aforismos en latín, aunque en algunas se mantiene, pero la esencia de la complejidad sigue intacta. Ahí nace esa grieta enorme, ese abismo que hoy parece insalvable, en el que todos los abogados se sienten cómodos, tal vez no por oportunismo si no por mera costumbre y es el monopolio del lenguaje jurídico. Generaciones de estudiantes les enseñan a pensar, a hablar y a escribir desde la complejidad, desde ese nicho que nos separa de la sociedad. La diferencia es que ya no estamos en tiempos de pontífices romanos, los que para su momento eran los únicos habilitados para interpretar el derecho. Han pasado más de 2000 años desde este momento y seguimos pensando en que deben existir unos únicos ungidos para interpretar la ley.

Y si bien el derecho puede tender a ser complejo por las materias que regula: ¿Por qué no partimos de la lógica de cada una de sus ramas para que ese sea el punto de partida de nuestras enseñanzas? ¿Por qué no hacer un esfuerzo en simplificar el lenguaje para enseñarles de esta manera a nuestros estudiantes? Es posible, solo requiere voluntad.

Hoy en día, se mantienen las antiguas enseñanzas que exigen que los estudiantes se aprendan los artículos de memoria, que reciten la Constitución Política con puntos y comas. Graduamos centenares de legistas y pocos juristas. Termina siendo una virtud de algún estudiante rebelde intelectualmente, aventurarse al pensamiento critico. No estamos enseñando a resolver problemas, no generamos mentes críticas que sepan enfrentarse a la arbitrariedad y la injusticia. Estamos fracasando generacionalmente en arrebatarle a la sociedad los abogados que realmente puedan restablecer una conexión perdida hace siglos.

Tenemos miedo, sí, pánico y terror a creer que la simpleza del lenguaje nos quitará la complejidad. Pero eso no es así. Cada vez más lo simple es amigo de lo contundente, la versatilidad amiga de la comprensión, la sencillez le estrecha a la necesidad de poder conectar con usuarios, clientes y ciudadanos.

En la medida en que eduquemos mejor a nuestros abogados, planteando la idea de que en lo simple el ciudadano debe empoderarse con sus derechos y que solamente nuestra intervención se requiera en los problemas jurídicos verdaderamente complejos, podremos aspirar a tener una sociedad más libre y una profesión con mayor legitimidad social.

Estas nuevas generaciones de abogados podrán desenvolverse desde la simpleza profunda de esta hermosa profesión, bien sean, jueces, fiscales, litigantes o académicos pero con una gran diferencia, generando conexiones reales con los ciudadanos.

Un cambio de estos implica sacrificio, pero más que todo, sensatez generacional de aquellos que hoy tienen la oportunidad de hacer el cambio. Los maestros, aquellos que a través de sus palabras pueden generar una verdadera revolución del lenguaje, un verdadero cambio desde las letras. Dejar de pregonar y más bien actuar para instruir abogados verdaderamente humanos que lucharan por una sociedad realmente libre.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *